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Bienvenido a la versión simplificada del proyecto Tono-G, un espacio de producción y experimentación con el lenguaje que no ambiciona hacer literatura sino algo mucho más elemental: generar texto. Se trata de un afiche lleno de ideas, palabras e imágenes que te invita a pensar y a ver más allá de la inmanencia de las cosas. Este es mi espacio de collage en el que me propongo hallar el tono de las cosas, mi tono de las cosas. Los invito a acompañarme en esta búsqueda. ¡Comencemos nuestro recorrido!

Sunday, March 25, 2012

La princesa y su torre




„Rapunzel, Rapunzel, lass dein Haar herunter!“






Resulta molesto el capricho cultural que ha hecho que en los cuentos de hadas siempre sea la pobre princesa la que se encuentra atrapada en la torre. ¿Alguien recuerda qué hace exactamente allí? ¿Cómo es que acabó en las ruinas de un palacio en medio de la nada prisionera de un dragón y guardada por cientos de obstáculos? ¿Cómo llegó allí?

Revisemos. En muchos casos – nos revelan los cuentistas recopiladores del folklore europeo – la extroversión ha hecho que apareciera la figura de la bruja malvada, ese ser vil y descarado que urde sus ponzoñosos hechizos por envidiar la belleza de la joven que no es sino el emblema de la exclusión social a la que es sometida en el reino por tener una profesión poco convencional y un aspecto físico que no entra en los cánones de belleza contemporáneos. Hay que decirlo: casi siempre esta pobre mujer ha sido el chivo expiatorio de reyes que por ser buenos monarcas han olvidado ser buenos padres y han dejado que sus hijas pagaran con su futuro las culpas que la sangre derramada no ha podido borrar. 

Por otro lado, es sabido también que lo que se espera es claramente a un caballero (uno y sólo a uno) que rescate a la princesa. No va al rescate el plebeyo, ni puede la princesa darse el lujo de hacer un casting para seleccionar a los concursantes que competirán por ella. El que llegue a sus aposentos, ese ha de ser por necesidad su amor verdadero. Si no lo es... bueno, digamos que "el amor vendrá con los años" (o no vendrá, pero mientras se pueda disimular y posar para la foto – en este caso, para el cantar del juglar – todo estará bien). Todo esto tiene sentido. Después de todo, por muy bella y encantada que sea la doncella ¿cuántos hombres apuestos serían capaces de tomarse tantas molestias y poner en riesgo su propia vida habiendo tantas otras mujeres agraciadas en el reino? 

Vemos, sin embargo, que en estos cuentos de hadas hay demasiados errores e incongruencias fruto de la ingenuidad de nuestros oídos que deciden tomar al pie de la letra lo que el texto dice perdiéndonos de escuchar lo que tiene para decir. Por ejemplo, creo que es una conclusión errónea el asumir a priori que el dragón y la fosa de cocodrilos están allí para aprisionar a la princesa. ¿No serán acaso para defenderla de los rufianes? 

Tenemos hartos motivos para sospechar que muchas de las princesas que están en sus torres matando el tiempo desde que sale el sol hasta el ocaso se han recluido allí ellas mismas por voluntad propia. Si una bruja las ayudó o no, o si los padres estaban al tanto de la situación no es algo que deba interesarnos demasiado. 

Añadamos a eso otra observación suspicaz: no todas las princesas la pasan tan mal. Rapunzel vive en la ignorancia, y en ella se conforma con nimiedades tales como cepillar su cabello ya mil veces cepillado una y otra vez. La bella durmiente, bueno, no es mucho el tiempo que tiene para preocuparse considerando que suele pasar la mayoría de su tiempo forzada al sueño por el embrujo del que es víctima (¿o acaso será el clonazepam que se tomó la noche anterior?). 

Pero hay otra presunción aún más molesta y más obvia– la que ya había anticipado – que bien valdría desmentir; me refiero a aquella que consiste en asumir que sólo las mujeres se encierran en sus torres. Los hombres también lo hacemos. Los hombres tambén lloramos. Los hombres nos cepillamos el cabello. Los hombres podemos aprender a bordar. ¡Igualdad de género, señores! 


Creo que tenemos tanto fundamento para creer en lo que la tradición nos ha contado como para creer lo inverso. Nadie lo niega: ¿gente encerrada en edificios fortificados para el aislamiento? ¡Pero claro! Ya sea que le pongamos torre o edificio, hablemos de princesas o de ranas, le agreguemos uno u otro monstruo en el pórtico, ya lo pensemos en el valle o en el pantano, en la montaña o en la pradera, en el campo o en la capital, lo cierto es que da igual. Existió antes y también existe ahora. 

Yo mismo me encuentro en este momento en mi torre, sentado en la oscuridad de la noche, vigilado por mis miedos más negros y mis inseguridades más secretas, condenado por mis pensamientos a permanecer sin contacto con el mundo. Tengo este espejo mágico, que me deja espiar lo que sucede a lo lejos, esta ventana virtual que me comunica con el mundo a la distancia y que me protege de él. En el exterior de mi fortaleza no verás trabas, más tampoco picaporte alguno. Es claro: las puertas están cerradas desde adentro. 

En el silencio me dedico a actividades repetitivas y sin sentido intentando olvidar lo que ya sé y evitar aprender nuevas cosas que puedas ser motivo de aflicción. Soy yo quien alimenta al dragón para que permanezca cerca de mi fuerte en el piso 12 y espante a las visitas no deseadas. 

Cómo llegué aquí no es algo que valga la pena explicitar. Lo que importa es que sé que estoy aquí porque me lo permito y que bien podría salir si me lo propusiera. Por momentos no quiero, pero la más de las veces temo y siento que no puedo. La llave que tenía en mi mano, la llave de mi elección, se volvió cadena sin que yo lo notara. A causa de ello, me siento y espero. Espero a que alguien se acuerde de mí. Espero que alguien me escriba para no contestarle, que me llame para poder cortarle, que me grite para dejarlo solo con el eco de su alarido, que me susurre para que crea que lo ignoro por no haberlo oído, que me cante para yo cantar otro ritmo, que me asuste para correr despavorido. 

Aquí en mi torre soy amo y señor. Soy todo lo que quiero ser y a la vez no soy nada. Me he encerrado por temor al mundo, pero estoy en mis huesos y gimo por tener lo que veo por mi ventana. 

Pero en lo profundo, lo único que deseo es alguien que me salve de mi mismo, de las fantasías terroríficas que construyo para engrosar las paredes de mi cárcel, alguien que sencillamente abra su oído, me devuelva la mirada, diga un par de palabras, me bese y no huya en busca de otra torre, de otra doncella, de otra aventura, de nuevos honores, de nueva fama. 

Secos mis jardines, sólo me queda una flor marchita que tiene inscripta un nombre que no alcanzo a leer. Probablemente sea el tuyo, difícilmente el de alguien más. Pero el tiempo corre y las estaciones se suceden año a año. Cada vez me olvido más de regar mi esperanza, cada vez hago menos por que prospere, cada vez me ahogo más. 

Entre más fuerza quisiera hacer por salir, más puertas cierro con llave para alejarme de vos. Entre más intento traicionarme y ser feliz, más me acuerdo de que no puedo. Entre más me aferro a la cruz, más me desangra la espada. Saber que no vas a venir si yo no estoy yendo hacia vos es la paradoja más clara de mi encierro. Yo en mi torre, vos en la tuya. ¿Se cruzarán nuestras miradas por la ventana? ¿Veré tu rostro cuando me mire en el espejo? ¿o nos vencerá la vejez y endurecerá el aislamiento nuestras pasiones? Si bien quisiera ser fuerte y rasgar mis ataduras para salir a cambiar el mundo, soy débil y apenas respiro con ayuda. Creo en los cuentos de hadas porque vivo uno de ellos. De lo que no estoy muy convencido es que el final de la ficción ocurra en realidad.


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