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Bienvenido a la versión simplificada del proyecto Tono-G, un espacio de producción y experimentación con el lenguaje que no ambiciona hacer literatura sino algo mucho más elemental: generar texto. Se trata de un afiche lleno de ideas, palabras e imágenes que te invita a pensar y a ver más allá de la inmanencia de las cosas. Este es mi espacio de collage en el que me propongo hallar el tono de las cosas, mi tono de las cosas. Los invito a acompañarme en esta búsqueda. ¡Comencemos nuestro recorrido!

Saturday, February 23, 2013

Sinestesia sin anestesia

Prólogo a Sinestesia sin anestesia

Origen

Viniste ayer y acá estás. Pero el tiempo no perdona... ¿te vas hoy, no? ¿Volvés mañana? No me contestaste. ¿Te vas hoy? Mirá que me quedo solo. ¿Volvés mañana? ¿Silencio otra vez? Sí, sí, ya sé que el tiempo no perdona... eso es seguro pero... si ibas a volver mañana mejor quedate acá porque  mañana es siempre hoy. ¿Desde cuando? Desde ayer, desde ahora ¡qué se yo! Quedate un día más. 
A veces pareciera que cuando nos cuesta dejar ir a alguien recurrimos a las lógicas extorsivas más disparatadas existentes por no tener mejores argumentos de persuasión  Hacen eco en mi mente un remix de frases suelta que vengo a pegar sobre este blanco con esos remaches que llamamos "letras". Las de arriba son frases que escuché en el colectivo mientras una señora hablaba por teléfono (¿con su amante? ¿un familiar? ¿con su hijo? No lo sé, me quedé con ganas de preguntarle.), cosas que mi madre me dice cuando la visito en vacaciones ni bien intento emprender la vuelta, y palabras que me han quedado atravesadas en la garganta sin poder escapar al mundo una tarde en el bulevar. Había mucha gente. Estaba nublado pero hacía calor ¿iría a llover ya? Él se iba. Yo lo quería conmigo. Él no quería irse y esperaba que le pidiera que se quedara, pero los dos sabíamos que tenía que irse y que volvería. Y aunque transcurrido un minuto su figura se volvió un punto confuso en la masa de transeúntes, me quedé una hora inmóvil como esperando a que la marea me lo trajera de vuelta a la orilla.
La verdad es que como a mí tampoco me gustan demasiado las despedidas nunca digo "Adiós" ni "hasta la próxima" sino "hasta mañana", especialmente cuando no nos vamos a ver mañana (frases válidas para mí incluso al momento absurdo de los velorios). Es un intento estúpido de engañar la soledad, de extinguir la melancolía, nada más.
Pero estar solo no es tan malo. El trago es amargo pero me da tiempo para pensar y una excusa para escribir algo que probablemente unas horas después voy a acabar odiando y dejando en un cajón por unos años.

Proto-poética


Ya en otras ocasiones he jugado con agrado a ensayar una escritura en la que haya dos textos superpuestos. No sé si llamarlos inter-textos, entre-textos o palimpsestos. Lo cierto es que busco que se pueda leer con autonomía ora el texto que se presenta como cuerpo continuo, ora aquel que resulta de extraer algunas frases remarcadas o intercaladas entre un párrafo y otro. Estas mixturas no siempre son discordantes en tanto refieren aproximadamente a un mismo tema, pero presentan la más de las veces inevitablemente distintas perspectivas (al menos eso espero que hagan). A veces la diferencia es sutil, lo reconozco. Y ya que e confesiones se trata debo admitir que la filogenia de dichas frases usualmente se explica por un cierto narcisismo de escribidor que no se resigna a borrar o una frase entera. Así, más por orgullo que por arte, hay oraciones que permanecen cristalizadas a pesar de que el resto del texto había mutado y hago algún que otro esfuerzo para disimular las costuras y que ese pequeño  hijo de Frankenstein no parezca tan monstruoso. Casi siempre son ideas que eran para otro texto pero que aún no cobran fuerza, embriones estancados que se adhieren a la letra, grumos inefables protegidos por un sindicato de musas anarquistas.

Sabido es que quien escribe es también su propio lector (el más severo quizá). Una vez que creo que está todo dicho y la forma me convence, leo mi texto tres veces: la primera vez, de corrido; la segunda, no leo lo que está en cursiva (o en otros textos lo que queda intercalado entre párrafo y párrafo); la tercera, leo solo lo destacado. Finalmente intento descubrir si habla la misma persona en las tres versiones que leí y, si son diferentes voces (es deseable que lo sean) juego a adivinar quiénes son, si hablan de lo mismo, si están de acuerdo, si se disputan algo, si se conocen o si meramente coexisten. Pero, advierto: el verdadero texto se teje en el blanco que queda entre línea y línea. La literatura nunca fue más que eso: una adivinatoria, una lectura entre líneas, una sinécdoque de sobreentendidos puestos en sinfonía, una quiromancia de manos amputadas.
Creo que por lo que he dicho se entenderá también mi propensión a ofrecer un título alternativo. Por decoro dejo dos, pero siempre pienso cuatro: el de los párrafos que podemos llamar oficiales, el de las líneas intercaladas, el que correspondería al continuum de caracteres desde la primera mayúscula hasta el último punto, y el que va para el blanco que queda en los márgenes, entre las líneas, entre los caracteres (esto es, el verdadero título del verdadero texto). La trampa es, precisamente, tener que optar por dos de esos cuatro sin nunca poner en evidencia el cuarto (ese será válido que se lo ponga cada lector según mis supiros le sean una caricia o una bofetada, un abrazo o un cálculo renal).

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