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Hugo Simberg "Haavoittunut enkeli" (1903), oil on canvas, 127cm x 154cm. |
Quizá haya sido tu
mirada flamante saeta que con sutilezas se clavó en mi alma,
partiéndola en tantas piezas como estrellas en el universo,
collares perlados que no son nada comparados con tu sonrisa.
Oh, mi ángel,
se ruboriza el
ocaso
cuando te fijas en
él,
y empalidece la
noche
si no te ve.
Jamás podré
consolar a aquel sauce mío que al separarse tu cuerpo de su tronco viose sumido
en la más nefasta y desconsolada oscuridad: el silencio, mil veces más
tremendo que la más intensa ausencia, mil veces más temido que las llamas de Lucifer, mil veces más helado que un "no" escapándose de tu boca.
Oh, mi ángel,
se ruboriza el
ocaso
cuando te fijas en
él,
y empalidece la
noche
si no te ve.
Desaparecida la
complicidad, surge el complot; muerto el cielo, ya no respiran las muchas nubes ni visita mi cama el sol; muerta mi esperanza, es la memoria de tus besos mi tumba y mi pasión.
Oh, mi ángel,
se ruboriza el
ocaso
cuando te fijas en
él,
y empalidece la
noche
si no te ve.
Nací en tu hechizo de muerte y morí en la vigilia que me arrebataba tu veneno nocturno. Te cansaste de jugar en
el jardín de las maravillas con este muñeco de trapo que no vale ni tan solo una
de tus caricias, ¡ni que decir de tu
mirar!
Oh, mi ángel,
Se ruboriza el
ocaso
cuando te fijas en
él,
y empalidece la
noche
si no te ve.
¿Por qué te negás si yo acepto? Muñequito de cristal, mariposa de papel, encendé una última vez este corazón para que en sus cenizas jamás se desdibuje el indeleble conjuro de tu mirar.
Oh, mi angel….
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