But darkness for you is not dark
and night for you shines as the day.
(Psalms 139, 12)
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The Empire of Light - René Magritte |
En efecto, la Noche se había alejado ya llevando consigo su manto de estrellas para decorar el otro extremo del globo. En su apuro, había partido olvidando que aún los amantes tardíos estábamos jugando a ofrecerle nuestro culto. El castigo por haber desposado a la noche es que ella celosa se apura a pasar cuando nuestros cuerpos juguetones caen por azar en las cándidas manos de uno de los sacerdotes que administran su ministerio en el misterio de las penumbras, pliegues de la diosa Nox en los que copulan los fieles sin recuerdo de la luz que está a punto de invadir la tierra. Afortunadamente, el ancestral dios Érebo, nacido del Caos, nos ha sabido reservar siempre algo de su esencia en los contornos de nuestro escenario; quizá suceda esto porque en el desorden de nuestro proceder accidentado le recordamos con nostalgia el cruel imperio de su padre en el inicio de los tiempos, allá donde la memoria se pierde y sólo el mito hace eco. Ciertamente, el frenesí que acogía nuestra excitación era mezcla de vida y muerte violentamente amalgamadas en cada beso, en cada mordida, en cada caricia apresurada. Con ello no me cabe duda de que cuando uno se aproxima tanto al abismo de los placeres, difuntos y vivientes por igual envidian nuestro culto e insultan nuestro credo esperando que caigamos para poder descansar.
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"Amor Sagrado, Amor Profano", de G. Baglione. Roma, 1602. |
Decía entonces que la noche retrocedía en tanto el día amanecía, y que mi cuerpo se acurrucaba bajo las alas de mi ángel nocturno en las últimas sombras del amanecer. Sus besos se multiplicaron por miles y sus caricias por millones. Un susurro en el oído bastó para que comprendiera que la noche continuaba viva debajo de aquellas sábanas.
Obediente y fiel a mi Diosa y a fin de no turbar la presencia de aquel alado protector, volví una vez más a vestirme de desnudez. Después de todo, los ángeles - al igual que las palomas - son tan libres que uno nunca puede estar seguro de cuándo se irán volando en busca de climas más cálidos o de si acaso alguna vez volverán a visitarnos, a escribirnos, a invocar nuestro nombre. Nyktelios era el suyo; Philopannyx , el mío. Ambos enamorados de la noche.
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