Prólogo a Sinestesia sin anestesia
Origen
Viniste ayer y acá estás. Pero el tiempo no perdona... ¿te vas hoy, no? ¿Volvés mañana? No me contestaste. ¿Te vas hoy? Mirá que me quedo solo. ¿Volvés mañana? ¿Silencio otra vez? Sí, sí, ya sé que el tiempo no perdona... eso es seguro pero... si ibas a volver mañana mejor quedate acá porque mañana es siempre hoy. ¿Desde cuando? Desde ayer, desde ahora ¡qué se yo! Quedate un día más.
A veces pareciera que cuando nos cuesta dejar ir a alguien recurrimos a las lógicas extorsivas más disparatadas existentes por no tener mejores argumentos de persuasión Hacen eco en mi mente un remix de frases suelta que vengo a pegar sobre este blanco con esos remaches que llamamos "letras". Las de arriba son frases que escuché en el colectivo mientras una señora hablaba por teléfono (¿con su amante? ¿un familiar? ¿con su hijo? No lo sé, me quedé con ganas de preguntarle.), cosas que mi madre me dice cuando la visito en vacaciones ni bien intento emprender la vuelta, y palabras que me han quedado atravesadas en la garganta sin poder escapar al mundo una tarde en el bulevar. Había mucha gente. Estaba nublado pero hacía calor ¿iría a llover ya? Él se iba. Yo lo quería conmigo. Él no quería irse y esperaba que le pidiera que se quedara, pero los dos sabíamos que tenía que irse y que volvería. Y aunque transcurrido un minuto su figura se volvió un punto confuso en la masa de transeúntes, me quedé una hora inmóvil como esperando a que la marea me lo trajera de vuelta a la orilla.
La verdad es que como a mí tampoco me gustan demasiado las despedidas nunca digo "Adiós" ni "hasta la próxima" sino "hasta mañana", especialmente cuando no nos vamos a ver mañana (frases válidas para mí incluso al momento absurdo de los velorios). Es un intento estúpido de engañar la soledad, de extinguir la melancolía, nada más.
Pero estar solo no es tan malo. El trago es amargo pero me da tiempo para pensar y una excusa para escribir algo que probablemente unas horas después voy a acabar odiando y dejando en un cajón por unos años.
Proto-poética
Ya en otras ocasiones he jugado con agrado a ensayar una escritura en la que haya dos textos superpuestos. No sé si llamarlos inter-textos, entre-textos o palimpsestos. Lo cierto es que busco que se pueda leer con autonomía ora el texto que se presenta como cuerpo continuo, ora aquel que resulta de extraer algunas frases remarcadas o intercaladas entre un párrafo y otro. Estas mixturas no siempre son discordantes en tanto refieren aproximadamente a un mismo tema, pero presentan la más de las veces inevitablemente distintas perspectivas (al menos eso espero que hagan). A veces la diferencia es sutil, lo reconozco. Y ya que e confesiones se trata debo admitir que la filogenia de dichas frases usualmente se explica por un cierto narcisismo de escribidor que no se resigna a borrar o una frase entera. Así, más por orgullo que por arte, hay oraciones que permanecen cristalizadas a pesar de que el resto del texto había mutado y hago algún que otro esfuerzo para disimular las costuras y que ese pequeño hijo de Frankenstein no parezca tan monstruoso. Casi siempre son ideas que eran para otro texto pero que aún no cobran fuerza, embriones estancados que se adhieren a la letra, grumos inefables protegidos por un sindicato de musas anarquistas.
Sabido es que quien escribe es también su propio lector (el más severo quizá). Una vez que creo que está todo dicho y la forma me convence, leo mi texto tres veces: la primera vez, de corrido; la segunda, no leo lo que está en cursiva (o en otros textos lo que queda intercalado entre párrafo y párrafo); la tercera, leo solo lo destacado. Finalmente intento descubrir si habla la misma persona en las tres versiones que leí y, si son diferentes voces (es deseable que lo sean) juego a adivinar quiénes son, si hablan de lo mismo, si están de acuerdo, si se disputan algo, si se conocen o si meramente coexisten. Pero, advierto: el verdadero texto se teje en el blanco que queda entre línea y línea. La literatura nunca fue más que eso: una adivinatoria, una lectura entre líneas, una sinécdoque de sobreentendidos puestos en sinfonía, una quiromancia de manos amputadas.
Creo que por lo que he dicho se entenderá también mi propensión a ofrecer un título alternativo. Por decoro dejo dos, pero siempre pienso cuatro: el de los párrafos que podemos llamar oficiales, el de las líneas intercaladas, el que correspondería al continuum de caracteres desde la primera mayúscula hasta el último punto, y el que va para el blanco que queda en los márgenes, entre las líneas, entre los caracteres (esto es, el verdadero título del verdadero texto). La trampa es, precisamente, tener que optar por dos de esos cuatro sin nunca poner en evidencia el cuarto (ese será válido que se lo ponga cada lector según mis supiros le sean una caricia o una bofetada, un abrazo o un cálculo renal).
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Sinestesia sin anestesia
Al morir la mañana en la ingenuidad de mis sábanas gastadas, el futuro tan deseado se torna distante como el cielo mismo; a menudo se esconde tramposo como el sol y, no importando la hora, deja caer la oscuridad en la noche de mis pasiones.
¿Te vas hoy? Me quedaré solo.
Algunas tardes, ese mismo futuro, temible cual aparición fantasmal, se acerca, me toca, me abraza, me sofoca, ciega mis manos y astilla mis ojos. Entonces entiendo que el mañana es un espejo extraño que nos devuelve versiones caleidoscópicas que marcan el compás a la prosodia de la vida.
¿Volverás mañana? Silencio.
Nuestro narcisismo lo vuelve seductor y confiamos estúpidamente por igual en las promesas que pregona o en las condenas que sopesa sin dudar por un momento. Nada hay de malo con esa demiúrgica ventana si no mezcla sino que separa ese mundo otro de posibilidades de esta yerma tierra realidades. Pero si por el contrario algo falla de golpe y se agudiza nuestra mirada, si se fisura la barrera y la noche invade la mañana, si el espejo se quiebra y libera sus bestiales mandalas de horror, laberintos virtuales de viruta verde, si el mañana muere y queda confundido con el hoy, se perturba la palabra, se disuelve la voz, se turba la mirada, se ensordece la mano, se estremece el oido, se descompone mi nombre en todas estas sinécdoques sinestésicas que apenas anestesian mi turbado corazón.
El tiempo no perdona... Es seguro.
Cuando se quiebra el tiempo el hombre se vuelve menos hombre y un poco más dios. No hay excusas salvadoras, ni preludios postergadores, ni promesas mentirosas, ni misterios religiosos. Solo queda el presente cruel cargado de la responsabilidad de ser libre, libre de hacer pero no de soñar. No hay mañana que valga la pena, no hay futuro que no pueda ser hoy, no hay nada mañana que no hubiera podido ser hecho ayer.
¿Volverás mañana si mañana ya es hoy?
FUENTE: http://thegtone.blogspot.com.ar/2013/02/sinestesia-sin-anestesia.html
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